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miércoles, julio 06, 2005

LA BIBLIOTECA DE TURPIN



Creo que ya dije en alguna ocasión que si hubo alguna publicación de cómic infantil francamente interesante este es el suplemento semanal de El País, El pequeño País por cuyas páginas han pasado destacados autores como Bartolomé Seguí, Beroy, Azipri, Ricardo & Nacho, Hergé, Ibáñez y un largo etcétera. Pero sobre todo ha pasado Max, autor cuya serie llevaba por título La biblioteca de Turpin, una obra inteligentísima dentro del ámbito infantil en el que se mueve.
Publicado entre los meses de junio y noviembre de 1989 en 22 entregas y posteriormente recopilada en un volumen bajo el sello de la editorial Altea, esta obra recogía las aventuras de Cris y Oscar, dos primos que entran de noche en un caserón abandonado donde los sorprenderán Holi, una suerte de perrito mecánico, y Turpin, un nómada turco con problemas de visión. Superado el susto inicial, Turpin les explicara que ha conseguido desarrollar una fórmula de una tinta que permite adentrarse y revivir las aventuras en los libros impresos con dicha tinta. Sin embargo, accidentalmente ha perdido la formula que estaba guardada en el interior de un sombrero por lo que pide ayuda a Cris y Oscar para encontrar dicho sombrero dentro de los libros de su biblioteca. De acuerdo, este no es un comienzo demasiado original que digamos pero este no es sino el felpudo de entrada a un desarrollo argumental que permite adentrarse en el universo de los libros que van leyendo de una forma que se aleja de los planteamientos infantiles tradicionales. Una forma inteligente de acercar a pequeños y jóvenes en la lectura de los clásicos a través del cómic.
Y digo que se aleja de los planteamientos tradicionales pues Cris y Oscar no se limitan a adentrarse en el libro como meros espectadores sino que interactúan con él sin alejarse del argumento principal de estos, tomando su esencia y haciéndola propia de la aventura. De esta manera, Oscar y Cris interactuaran con los universos de Lewis Caroll, H.G.Wells, Conan Doyle y Marco polo, entre otros. Sin embargo el círculo de libros visitados no se limita a los clásicos sino que harán pequeñas e imaginativas incursiones en libros más teóricos como un atlas, la mitología griega, el minúsculo universo de los protozoos o la mezcla de los colores. Incluso habrá una divertida aventura en el mundo de los dibujos animados al más puro estilo Tex Avery, hasta dar con el sombrero que guarda una desagradable sorpresa.
También se aleja de los planteamientos infantiles tradicionales pues no se limita a una sucesión de exploraciones literarias sino que habrá tiempo para la intimidad, como lo demuestra la pausa que hacen para cenar y en la que Turpin cuenta sus orígenes, así como un estrechamiento de la amistad surgida esta noche. En suma, que no se trata de una aventura didáctica al uso sino una aventura propiamente dicha con todos sus ingredientes.
Pero sobre todo es de destacar la interpretación que hace Max de cada uno de los libros consiguiendo que no queden como una mera descripción de la obra sino que les imprime una personalidad propia, haciéndolos suyos y formando parte de las aventuras de Cris y Oscar, sin perder de vista la esencia del clásico, consiguiendo una sensación similar a la que experimentamos en la lectura de dichos clásicos. Max Consigue aterrorizarnos con su visión de La guerra de los mundos de Wells con la misma facilidad que nos introduce en el natural absurdo de Alicia en el país de las maravillas de Lewis Caroll o consigue deleitarnos con los entresijos de la mitología clásica.
Las 22 entregas que comprende la obra no dan para muchas exploraciones literarias, dejándonos con ganas de más. Sin embargo Max consigue en estas pocas entregas despertar una natural curiosidad por la literatura a través de una historia seductora y que en absoluto se burla de la inteligencia de los niños.
El planteamiento de las viñetas es clásico, sin experimentos, con un sentido de narración claro y un estilo gráfico muy ochentero, con un tratamiento geométrico de las formas y los volúmenes que, contrariamente a lo que pueda parecer, le imprime un dinamismo muy característico de Max, así como el tratamiento plano de los colores que consigue una inusitada paleta cromática que casa muy bien con los dibujos. Quizás solo se le pueda achacar una división de la trama y las páginas marcada por la periocidad semanal para la que fue concebida, rompiendo un poco su continuidad.
Una obra que merece la pena recuperar dentro de la colección Todo Max de La Cúpula pues el volumen de Altea es prácticamente inencontrable.

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