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lunes, enero 31, 2005

PULGARCITO



¿Quien de los que han nacido a partir del año en que murió Franco no ha tenido una estantería sobre su cama con ejemplares sueltos de Pulgarcito, Copito y Don Miki, mezclados con figuritas de Mazinger Z, los Pitufos y el Naranjito? Al menos así se presenta en mis recuerdos más lejanos y una de mis publicaciones favoritas era el pequeño semanario Pulgarcito que se vendía a 50 pesetas e incluía además del susodicho Pulgarcito, aventuras de Tom y Jerry, Tete Cohete, Aníbal, Cinco Amiguetes, los Pitufos, Pardo y Pardito, Trotamundo, Lanitas, Erase una vez… el espacio, el Profesor Tragacanto y Bermudillo, el genio del hatillo, entre otros y que hacían las delicias de mis tardes a la vuelta del cole con el bocata de Nocilla y la Mirinda o como complemento a los dibujos del sábado tarde.
El caso es que mientras rebuscaba en mi biblioteca privada me cayo, literalmente, un ejemplar de Pulgarcito en mis manos. Presa de un ataque de morriña me puse a leerlo y entre una cosa y otra acabó siendo el tema de hoy en el weblog ya que consideré necesario resaltar el cómic de Pulgarcito, creado por Jan, el dibujante de Superlópez como una obra a recuperar. ¿Por qué? Pues por que, además de que sus historias son entretenidas y con un valor pedagógico interesante, con unos personajes muy definidos y un dibujo cargado de un realismo que camina entre lo costumbrista y lo caricaturesco, es sobre todo un completo estudio antropológico de la infancia de los años 80. Una infancia en la que nos deleitábamos con los ¡Puños Fuera! De Mazinger Z (Aquí caracterizado como Tachincher X) en la historia titulada Una de robots. Una infancia en la que creíamos en los reyes magos antes que en el invento yanqui de Papá Noel en Los ladrones de Juguetes. Una infancia marcada por el impacto de la trilogía de La Guerra de las Galaxias presente en el robot del Profesor Ogro, una suerte de R2D2…
Año 1981. La Editorial Bruguera se encontraba en este momento en un afán de modernización de sus publicaciones, de la que tampoco se libraría su producto estrella, Pulgarcito, reduciéndola a un formato más pequeño, engomado y con tapas en la que Jan nos ofreció una revisión del clásico de la literatura infantil del cuento de Pulgarcito, actualizando la familia de Pulgarcito a una de clase media de los años 80 en la que la madre es ama de casa y el padre cartero mientras que los hermanos son unos quintillizos rubitos bastante revoltosos. Como novedad se incluye al gato negro Medianoche como un miembro más de la familia y quien acompaña al gato en todas sus aventuras.
Aquí, el mito de Pulgarcito interactúa con otro clásico literario infantil, El jardín del Ogro, el cual (para los que no se acuerden) poseía un fantástico jardín para sí solo y no dejaba jugar a los demás niños. Aquí, aparece caracterizado como el Profesor Ogro, quien aportará el elemento fantástico del tebeo gracias a su máquina de viajar por el tiempo. Tampoco nos olvidemos del contrapunto femenino de Pulgarcito, Trini, hija del Profesor Ogro.
Todos estos personajes dan pie a unas historias que oscilaban entre las lecciones de historia de los viajes realizados en la maquina del tiempo del Profesor Ogro, la reinterpretación de los clásicos de la literatura en los que a veces se permitía el lujo de ironizar sobre ellos al tratarse el propio protagonista un personaje inventado por Charles Perrault, y el costumbrismo. Se publicaron un total de 70 historias que finalizará con El traje nuevo del Emperador, momento en que abandonó el semanario infantil para dedicarse de lleno a su personaje más conocido, Superlópez, mientras su hijo Juanjo trató de continuar las andanzas de pulgarcito con La diadema de Berilos sin demasiada fortuna.
A lo largo de estos tebeos nos encontramos con unos personajes muy bien definidos, con unos rasgos personales que se mantienen durante las sucesivas entregas lo que permitió que pudiéramos conocerlos y apreciarlos tal como son, no por sus aventuras sino por su idiosincrasia y su cercanía a nosotros y las personas de nuestro entorno.
Otro aspecto de los tebeos de Pulgarcito es la imaginación y los aparentemente sencillos guiones en los que se producían constantes remakes de la literatura infantil y juvenil, así como constantes viajes a través del tiempo en los que nuestro pequeño protagonista presenciaba toda suerte de acontecimientos decisivos en la historia y a veces cambiaba el curso de ellos, al estilo de la serie de animación de Las tres mellizas.
Pero la característica más común a todas las historias de Pulgarcito es la atención a los detalles ambientales que forman el pequeño mundo de Pulgarcito y que se podían encontrar en cualquier casa o barrio de nuestra infancia. El piso es modesto, como la clase social a la que pertenecen, situado en un barrio de la periferia, quizás en una pequeña ciudad en la que todo el mundo se conoce. Pero es sobre todo la arquitectura, el mobiliario urbano y los vehículos los aspectos más logrados de este reflejo de la época, ya que son perfectamente reconocibles los modelos de los automóviles que todavía funcionaban con gasolina súper, las persianas metálicas del colmado, la ferretería, etc… Elementos tales como los teléfonos, la televisión, los bancos del parque, las farolas, la plancha, la bombona de butano, el balcón, las tiendas, la ropa, etc…, no están dibujados de forma simple e icónica sino que son perfectas reproducciones caricaturizadas de los objetos de la época. Pero no solo se detenía Jan a plasmar los detalles de la vida cotidiana de la década de los 80 sino que se ha servido de una gran documentación en los viajes a la maquina del tiempo, deteniéndose incluso en detalles tan superfluos pero a la par interesantes como en aquella historia titulada Los Vikingos donde Pulgarcito presenciaba la construcción de un drakkar en el que los artesanos introducían brea mezclada con pelo de animales en las juntas de las maderas para que no pase el agua. Una estupenda lección de antropología normanda para los más pequeños.
Pero al margen de todo ello, Pulgarcito es uno de los mejores tebeos de nuestra infancia y que ahora merece ser recuperado aunque solo sea como un ejercicio de nostalgia.

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